ESCALA
COLECTIVA
23 marzo - 4 mayo 2014Escala: breve meditación sobre la percepción y el sentido
Se puede ver el mundo con una lupa o un telescopio. Se puede mirar la totalidad o el detalle. Pero el tamaño de las cosas vistas depende de la relación manifiesta entre los instrumentos de visión y los criterios de representación. Para decirlo de otra manera, la percepción es un algoritmo que se afinca sobre un sistema de convenciones y equivalencias. Solo así se puede obtener un discernimiento proporcional de lo existente en sus variadas formas, colores y tamaños.
Escala, muestra colectiva organizada por Oficina # 1, propone una lectura abierta de la experiencia visual, partiendo de una selección de instalaciones, fotografías, videos, impresos y documentos, que permiten reflexionar acerca de las relaciones perceptivas y su incidencia en el significado de la obra. Entre los artistas participantes destacan los norteamericanos Bruce Nauman y Gordon Matta-Clark, ambos de relevante significación en la configuración y desarrollo del arte contemporáneo, así como la argentina Liliana Porter y la dupla residenciada en Panamá compuesta por Jonathan Harker y Donna Conlon, activos representantes de la escena artística continental. Igualmente notorios son los casos de Diego Barboza, Alfred Wenemoser y Ana María Mazzei, figuras pioneras del conceptualismo en Venezuela y la de Daniel González, miembro destacado del Techo de la Ballena, a los que se suman creadores de la generación emergente como Ana Alenso, Iván Candeo, Julián Higuerey, Suwon Lee, Ernesto Montiel, Luis Romero, Rafael Serrano, Oscar Abraham Pabón y Erika Ordosgoitti.
Como es de suponer, cada uno de estos autores se proyecta desde su propio dialecto, estableciendo un foco de atención y un sistema de referencias conceptuales y perceptivas. Es decir, cada trabajo pone en vigor un modo específico de calibrar la mirada. Se trata entonces de un juego de escalas, que define el funcionamiento interno de las distintas obras y su relación con las demás. El significado emerge en el cruce de varios horizontes, desde las aproximaciones más íntimas hasta los escenarios más vastos. Siempre el cuerpo, omitido o presente, es parte de esta vectorización física y subjetiva de los espacios. No importa cual es la pulsión que desencadena el proceso de cada obra en particular sino desde donde se proyecta cada quien y cuales son los elementos que le sirven de referencia. Lo mismo para el espectador, que debe sincronizar la mirada y el cuerpo con las señales, no siempre explícitas, que emiten las obras. Los artistas piensan y producen su trabajo desde y hacia entornos distintos, en unos casos como pura introspección, ensimismamiento o autorreferencia disciplinar. En otros, como exteriorización de una búsqueda de lo contingente e inmediato. Las escalas no son aquí un asunto de tamaño, sino de conducta mental. Hay distintos parámetros a los que se refieren estas obras, más allá de lo puramente físico. De manera que, hablar de escalas significa considerar las distancias y proporciones subjetivas que hay entre la percepción artística y el mundo, entre unas obras y las otras, entre los lenguajes y su sentido. Se trata de la mensurabilidad simbólica de lo sensible y de los significados que esto acarrea. Medir, comparar, recalcular la posición del cuerpo y la distancia de la mirada, ofrecen algunos indicios pero no suficientes, pues siempre hay otros referentes no tangibles que reclaman ponderación. En tal sentido, la exposición Escala es un ejercicio de relación, fluido, no focalizado, que apunta hacia narrativas diversas, no reductibles a un relato unívoco. Así tenemos la obra múltiple que busca una inserción masiva o confronta a sus interlocutores en la calle (Matta-Clark), la obra estructurada como prospecto o indicaciones a terceros que actúan como ejecutantes anónimos para completar el proceso (Nauman, Barboza, Higuerey), la obra especular que yuxtapone lo corporal y lo subjetivo (Mazzei, Ordosgoitti), la obra panorámica que funciona como ventana al mundo natural y urbano (Lee, Alenso).
Si nos remitimos a las convenciones cartográficas hay escalas naturales, de ampliación y de reducción, utilizadas para establecer la relación de proporción (igual, mayor o menor) entre el objeto de observación y la superficie donde este es representado. En las artes visuales -y el arte es también un tipo de cartografía sensible- se juega constantemente con esos elementos, solo que esas equivalencias, alejamientos y acercamientos no pretenden una plasmación racional del espacio, sino una recreación semiótica y expresiva.
¿Se percata el espectador del fenómeno descrito? ¿Tiene eso alguna significación para la lectura e interpretación de las obras? En realidad, las observaciones precedentes no solo son parte de los tecnicismos y convenciones de la práctica visual, sino que inciden de manera definitoria en la percepción artística, toda vez que establecen tácitamente la proxemia de los lenguajes actuales y su ingreso a la compleja narrativa de la contemporaneidad.
Pero más allá de su uso en cartografía y arquitectura para designar la relación existente entre las dimensiones del mundo real y la representación, otra de las acepciones del termino escala refiere la idea de un punto o destino intermedio en un recorrido, lo cual nos permite pasar del esquema comparativo basado en relaciones fijas a un modelo dinámico centrado en el desplazamiento y la construcción de itinerarios.
¿A dónde nos conduce este recorrido de escalas? ¿Cual es el itinerario que proponen estas obras? La ruta que sugiere esta selección de trabajos está llena de intervalos y bifurcaciones que no apuntan hacia algún destino prescrito. Aun así, se advierten tres puntos de referencia más o menos compartidos: 1.- cuerpo y lenguaje como soportes de la acción (Nauman, Barboza) o referentes del registro visual (Higuerey, Ordosgoitti, Mazzei); 2.- arquitectura y ciudad como escenarios de la memoria cotidiana (González, Alenso, Lee, Matta Clark, Candeo, Jonathan Harker / Donna Conlon); 3.- fragmento como unidad de medida y alegoría crítica de la totalidad (Abraham, Montiel, Romero, Serrano, Wenemoser, Porter).
Desde esta óptica, cada propuesta es una estación, un lugar de llegada donde se activan otros recorridos. Corresponde al espectador detenerse y sondear las lecturas correspondientes, antes de reiniciar la marcha hasta el próximo destino, hasta la próxima escala. En tal sentido, la obra es el inicio de una ruta incierta, el desenlace parcial de un viaje a través de la compleja cartografía visual de nuestro tiempo. Franquear el umbral de recepción sugerido por una proposición artística, es entrar en contacto con su escala, ingresar a su territorio, para luego abandonar sus predios y reposicionarse en ese otro microespacio que configura la siguiente obra. Y es que, de forma inevitable, la mente piensa el mundo en una relación de escalas y recorridos cuya única medida -valga la sentencia de Protágoras- sigue siendo el hombre.
Félix Suazo
Caracas, marzo de 2014