Synchronous Miniatura
Enrique Moreno
6 de abril al 4 de mayo 2008Cuando el físico inglés Michel Faraday descubrió la inducción en 1831, no imaginaba que la posibilidad de transformar la electricidad en energía mecánica cambiaría la vida cotidiana de millones de personas en el planeta. Casi dos siglos más tardes, los motores construidos según aquel principio forman parte de toda clase de aparatos domésticos -ventiladores, lavadoras, microondas, licuadoras, etc.- cuya sofisticada apariencia disimula los mecanismos que propician su desempeño. Así las cosas, a nadie le interesa la energía que los impulsa y la fuerza que los mueve, con tal de que funcionen.
Lo cierto es que los motores hacen muchas cosas con precisión, incluso pueden dibujar aunque para ello no existe ninguna indicación prescrita. Ese es, sin embargo, el uso que le da Enrique Moreno (El Líbano, 1971) en su exposición Synchronous miniature, nombre comercial de los moto reductores empleados en gran parte de los artículos domésticos. La muestra, primera individual del artista, presenta un conjunto de dibujos sobre MDF y papel, realizados con la ayuda de motores electro mecánicos y masajeadores, cuya acción sobre la superficie configura una trazado de signos caprichosos.
La propuesta redefine el significado de dibujar y relativiza el papel de la destreza técnica como marca autoral, trasladando esas cualidades a la acción de la máquina y al contexto expositivo donde se ubican. De esta manera, la línea no surge de la relación sincrónica entre el ojo, el cerebro y la mano, sino de la obsesiva reiteración de un movimiento automático sobre la superficie. En consecuencia, la obra es resultado del “desgaste” o del “masaje”, según el uso y ubicación de los motores. Cuando estos están fijos sobre la pared su rotación deja huellas incisivas sobre el soporte, cuando están sueltos a su albedrío, recorren espontáneamente el plano, esbozando patrones inesperados.
Sin embargo, la lentitud de estos minúsculos motores hace suponer que los resultados obtenidos obedecen a un estado de cierta meditación, como si el azaroso recorrido de estas máquinas buscara el perfeccionamiento de los signos que construyen. ¿Acaso no es eso lo que exigen las enseñanzas orientales? En realidad lo que se ofrece a la mirada no es el contorno de lo visible (o su apariencia fenoménica) sino la impronta gráfica dejada por una acción de “desgaste” y “masaje” donde los acentos expresivos no dependen de la voluntad humana y mucho menos de las exigencias compositivas y estéticas.
Después de todo, las máquinas de Moreno no son objetos de diseño sino instalaciones precarias realizadas con alambres, cables y minúsculos motores que se mueven penosamente. No buscan las formas armónicas ni la perfección dinámica, sino el movimiento errático de los equipos defectuosos. Su ingeniosidad y magnetismo proviene de ese carácter estrafalario, a veces anacrónico, en cuya concepción se encuentran el juego y la invención. Quizá por ello el artista prefiere los trazos accidentados que hace un electromotor antes que la exactitud controlada y previsible de los programas concebidos para dibujar.
A la manera de los mecánicos populares, Moreno busca aplicaciones distintas y poco convencionales para las tecnologías preexistentes. Hurga en las entrañas de los aparatos obsoletos o dañados para utilizarlos en sus trabajos. Se trata de la apropiación y adaptación creativa de mini componentes fabricados en China, Corea e Indonesia, los cuales convierte en sustitutos periféricos de tecnologías globales. El resto es puro ingenio y capacidad de experimentación frente a las posibilidades de la máquina que, exhausta ya de su obstinada faena, nos devuelve una escritura visual compuesta por arañazos, rozamientos, giros, y deslizamientos.
Por Félix Suazo