Jaime Gili : Experimentos ajenos con color

El Universal 31 Enero de 2014

Jaime Gili inaugura «Droits de succession» el domingo en Oficina #1.

 

Jaime Gili (Caracas, 1972) solía dormir junto a una gran mesa de dibujo. Además de compartir cuarto con su hermano, el mobiliario artístico de su padre ocupaba parte de la habitación en la que su progenitor, pintó un imaginario ajeno. «Mi papá nunca tuvo mucho dinero para comprar obras, así que las copiaba. Tenía una sensibilidad artística pero le faltaba el empuje de un pintor; él era diseñador. Recuerdo que con un rapidrograf se sentaba a reproducir la obra de Mondrian», comenta el artista visual que optó por experimentar en carne propia eso que cualquiera tildaría de «usurpar».

 

En la muestra DROITS DE SUCCESSION que inaugura el domingo en la galería Oficina #1, el creador se apropia de la obra de Carlos Cruz­Diez, Marcel Floris, Max Bill y Morellet «en tono conversacional. Detesto escuchar eso de ‘Jaime Gili interviene piezas de otros artistas’… Esta es mi manera de dialogar con algunos de los que ya no están. Se trata de experimentar, es necesario probar ideas, pero más importante es poder escoger bien o retractarse a tiempo», dice el creador que trabajó sobre 11 serigrafías y una intervención. Las piezas originales datan de los años 70, cuando negoció con una galería alemana para adquirir pruebas de estado y los restos de un viejo stock con obras de artistas venezolanos y extranjeros, quizás condenadas a algún rincón.

 

«El plan, si es que lo hay, es trabajar sobre estas obras gráficas ‘acabadas’. Tiene que ver con la idea de cómo me enfrento a un espacio en ocasiones para completarlo, para continuar trabajándolo. No sé si está bien o mal, no sé realmente qué pasa, estoy en búsqueda de reacciones… Habrá quien lo considere abominable, otro pudiera valorarlo más y aferrarse a la necedad de tener dos obras en una», comenta el también interventor del espacio urbano.

 

¿Alguna vez pensó en trabajar sobre la obra de su papá?, se le pregunta. «Jamás me atreví a tocar sus copias. Él hubiese dicho que era una falta de respeto», responde Gili.

 

El pintor incorpora su trazo en acrílicos, lápices y wash a la obra geométrica. «A las de Floris quise darles tonos fluorescentes, su obra es muy plana y neutra. Había un grosor en las serigrafías de Morellet y una cierta cosa con el papel que me motivó a dibujarla con lápiz», explica.

 

«Tengo que sentirme cómodo, no quiero pensar que es una intromisión. El Cruz­ Diez, por ejemplo, me intimidó. Pero no deja de resultar provechoso, es curioso, porque haciendo todo esto acabe aprendiendo de todos estos artistas y su forma de trabajar, por ahí fue un buen experimento», afirma.

 

Gili creció viendo dos reproducciones exactas de las CONSTELACIONES DE MIRÓ, colgadas en la entrada de su casa y reproducidas por su papá, un diseñador con alma de pintor. El mismo que jamás se atrevió a mostrar al mundo esa ingenua y bienintencionada usurpación.

 

El artista no reniega de esa herencia. Sus ansias las desahoga en lienzos ajenos. «Los buenos apostadores persisten en su juego hasta que creen conocer todos los secretos(…). Cuando contemplo el trabajo de Jaime Gili lo imagino volando como Peter Pan, dejando un rastro fulgurante que nadie puede encerrar o atrapar», concluye Federico Vega, autor del texto en sala.

 

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