A Bellermann Fragmentado...
Victor Julio Gonzalez
Del 5 diciembre 2010 al 16 enero 2011A BELLERMANN FRAGMENTADO: EL RETORNO COMO POETICA
La visión del paisaje venezolano que desarrolló Ferdinand Bellermann (pintor alemán que vivió y trabajó en nuestro país entre 1842 y 1845), en cierto modo fue animada en un principio por una vocación descriptiva y objetiva de nuestro entonces virginal y exuberante entorno natural (de hecho, el mismo Humboldt, con fines científicos, encargaría a Bellermann el registro y la documentación pictóricos de algunos aspectos del paisaje y de la vegetación local). Sin embargo, en los cuadros y dibujos de este artista se imponen siempre la imaginación, la fantasía y la interpretación subjetiva sobre la reproducción mimética del tema o motivo (trátese ya de la selva, la montaña o el mar): porque en la luz y el cromatismo de sus obras, priva siempre una visión idealizada, poética, estilizada, y hasta cierto punto romántica, de nuestro paisaje tropical. La atracción de Víctor Julio González por la obra de Bellermann es de antigua data: desde hace años, este artista venezolano viene desarrollando una serie de dibujos y acuarelas en los que, con trazo suelto y espontáneo, parafrasea la visión que en el siglo XIX tuvo su colega europeo del paisaje venezolano. Y siendo la suya de por sí una aproximación al mundo visual revestida de una fascinación por lo onírico, lo imaginativo y lo irreal, al rendir homenaje al trabajo de Bellermann, dicha vocación se despliega generosa, tal como apreciamos en sus presentes obras. En ellas, las imágenes parecieran ser el producto de un acercamiento acentuado al tema o motivo, que deriva en la representación fragmentada y descontextualizada de un aspecto de nuestro paisaje selvático, con su tupida y densa maleza. Se trata de un procedimiento que se diría análogo al utilizado por los pintores venecianos del siglo XVIII al realizar sus vedutas ideales y capriccios (episodio del arte que siempre ha interesado a Víctor Julio), que consistía en tomar las imágenes que registra el ojo y replantearlas o combinarlas, muchas veces segmentadas, según un nuevo orden que sólo existe en la imaginación o en la fantasía de su autor. Así, el artista venezolano parte de un mismo repertorio gramatical, integrado por los elementos característicos del paisaje selvático (árboles, follaje, hojas, lianas, cielo, nubes, etc.), los cuales reagrupa o reorganiza en el soporte de modos siempre distintos, siempre inéditos, atendiendo a los principios de contraste, armonía y belleza pintoresca: dichos elementos aparecen articulados por obra de sutiles atmósferas y perspectivas aéreas, logradas por veladuras y transparencias dotadas de un gran virtuosismo pictórico. El referente, pues, es la realidad, pero el resultado es imaginario, mental e irrepetible, y se expresa en obras dotadas de una singular fuerza evocadora, donde la imagen excede los límites de las tablas que actúan como soporte pictórico, desbordando e invadiendo sus cantos. El artista organiza, almacena y presenta muchas de estas tablas en muebles o cajones construidos a tal efecto, disponiéndolas a la vista del espectador de canto, las unas al lado de las otras. Aquél sólo puede apreciar la información pictórica contenida en los costados, por lo cual, el principio de fragmentación es llevado a su máximo extremo: la imagen del paisaje resultante de la visión conjunta de todos los cantos es aleatoria y se halla desarticulada en sus partes. Las tablas, es decir, los paisajes, parecen archivados atendiendo a una vocación taxonómica, análoga a la de los expedicionarios que con asombrada curiosidad científica recorrieron nuestra geografía recogiendo, reuniendo y transportando muestras zoológicas y botánicas al Viejo Continente. Estas instalaciones del artista podrían relacionarse también con otro aspecto de su fascinación por el paisajismo veneciano dieciochesco: la noción de “souvenirs”, de recuerdos de viaje para llevar con uno, que tenían entonces en la Europa ilustrada las vistas pictóricas de la célebre ciudad levantada sobre pilotes en una laguna del Adriático. Pero lo que si configuran con certeza, siempre en conexión con la idea de viaje, es una metáfora de un retorno doble: el de Bellermann a su país, cargado con las imágenes de sus impresiones visuales y de sus experiencias estéticas, con los fragmentos de su idea del paisaje venezolana (en la realidad, el pintor decimonónico se llevó consigo las pinturas que realizaría aquí, testimonio trascendente de nuestra memoria histórica y visual); y el de Víctor Julio a la exhibición individual de sus obras, a la confrontación de su trabajo con el público: una rendición de cuentas derivada de un prolongado periplo investigativo y de una larga travesía interior. Adolfo Wilson
Víctor Julio González (Valencia, 1961) cursó estudios de artes plásticas en Caracas y Valencia. Su participación en exposiciones colectivas es amplia, destacándose su presencia como invitado especial en eventos oficiales como el Salón Nacional de Arte de Aragua, Maracay (2000) y el Salón Pirelli de Jóvenes Artistas, Museo de Arte Contemporáneo de Caracas (1995). Fuera de nuestras fronteras, ha expuesto de forma grupal en Chile, Nueva York, Puerto Rico y Colombia. En solitario, su trabajo ha sido exhibido en galerías privadas y espacios institucionales en Caracas, Valencia y Maracaibo. Su obra fue reconocida con el Gran Premio del XXIII Salón Nacional de Arte Aragua, Maracay (1998), una Mención Especial en la II Bienalde Arte Cristhian Dior, Caracas (1991) y el segundo Premio de Dibujo del Salón de Arte Aragua, Maracay, en 1990. Actualmente se puede conocer en Valencia su propuesta artística para el 65to. Salón Michelena.